En el último mes casi no había escrito reseñas así que desde ya me excuso si alguien (lo dudo) estaba esperando con ansias mi vuelta a este espacio. Como se habrán dado cuenta, la interrupción de la nada comenzó con un par de citas y no con una reseña. Espero que les guste eso. De todas maneras ahora volvemos a la normalidad, si es que podemos llamarla así.
El objeto de fruición del día de hoy será “Nocturno de Chile” de mi tan estimado como occiso Roberto Bolaño. Del chileno -que según Rodolfo Fogwill (a quien no he leído) en entrevista de hoy publicada en
“Nocturno...” una vez más lo encontramos en las Narrativa Hispánicas de Anagrama y fue escrito el 2000, dos años después de “Amuleto”, libro con el cual guarda grandes semejanzas en el estilo narrativo.
Sebastián Urrutia Lacroix es nuestro personaje principal y todo el libro serán un gran monólogo con un solitario punto aparte, es decir, dos párrafos. Como bien sabemos que a nuestro Bolaño le encantaba extraer personajes desde la realidad, siendo él mismo muchas veces inspiración, en esta ocasión Urrutia Lacroix no es más que la ficción de Ignacio Valente o, mejor dicho, José Miguel Ibáñez Langlois, sacerdote y principal crítico literario del país en años desde la tribuna de El Mercurio.
Si en “Amuleto” se revisita un personaje patético presentado en “Los Detectives Salvajes”: Auxilio Lacouture, aquí la intención no es distinta; mostrar las últimas horas de Urrutia Lacroix y, en ello, recorrer las idas y venidas de su incesante imaginación y vida ad portas de la muerte.
Recuerdos, halcones, Iglesias, libros, tertulias y una incesante ambigüedad componen esta novela. También ¡infaltables! Pinochet y la Junta. Puro fluir de la (in)conciencia en el lecho de alguien que se siente ¿culpable?. El ritmo es frenético -al igual como debe ser el delirio- y, por ello, el libro acabable de un soplido. La ironía se extiende por sus redondas ciento cincuenta páginas y pocos títeres quedan con cabeza.
La idea del autor de titular la novela como “Tomenta de mierda” si bien no se pudo reflejar en la portada, quedó claramente ilustrada en las letras que reflejan su sentir: la mierda asquea, pero también muchas veces causa risa, mucha. Caca. En todo caso, Bolaño también parece estar de acuerdo en que después de la tormenta, siempre viene la calma.