Jim es un poeta. Busca “lo extraordinario para decirlo con palabras comunes y corrientes”. Antes fue marine e incluso combatió en Vietnam. Jim es el norteamericano más triste que Bolaño jamás vio. Su historia es la que da comienzo al libro de cuentos y conferencias llamado “El gaucho insufrible” (2003).
Jim es un hombre y un nombre. Nombre del personaje y del cuento y hombre que cree en la existencia de las palabras comunes y corrientes, casado con una chicana y que un día contempla absorto el arte de un tragafuegos en las calles del DF. Se abandona a ese juego de manera impensadamente peligrosa y, se podría decir, quiere quemarse hasta el alma. El tragafuegos no tiene ningún problema con ello, de hecho parece empecinado en lograrlo.
El poeta está triste y busca quemarse. Al parecer no queda a qué cantar: busca el abandono a las llamas, una muerte cruda.
El doce de septiembre recién pasado se suicidó David Foster Wallace. Lo único que he leído de él es el extracto de una conferencia que dio el 2005 que publicó la revista de Cultura de
Pese a mi ignorancia sobre Wallace, tras la lectura no pude evitar ver en él a Jim: el poeta está triste. Y si el cuento de Bolaño cierra dándole la oportunidad al lector de darle o quitarle la vida a Jim (“nunca más lo volví a ver”) Wallace, con su ejemplo, nos plantea el fin obvio, el fácil: la muerte. Ya no queda qué cantar. Pero no debemos olvidar de que en vida es el mismo Wallace quien nos planteó el otro camino, el difícil: creer.
La vida o muerte de Jim es, realmente, una cuestión de vida o muerte.
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