sábado, 11 de octubre de 2008

Jim

Jim es un poeta. Busca “lo extraordinario para decirlo con palabras comunes y corrientes”. Antes fue marine e incluso combatió en Vietnam. Jim es el norteamericano más triste que Bolaño jamás vio. Su historia es la que da comienzo al libro de cuentos y conferencias llamado “El gaucho insufrible” (2003).


Jim es un hombre y un nombre. Nombre del personaje y del cuento y hombre que cree en la existencia de las palabras comunes y corrientes, casado con una chicana y que un día contempla absorto el arte de un tragafuegos en las calles del DF. Se abandona a ese juego de manera impensadamente peligrosa y, se podría decir, quiere quemarse hasta el alma. El tragafuegos no tiene ningún problema con ello, de hecho parece empecinado en lograrlo.


El poeta está triste y busca quemarse. Al parecer no queda a qué cantar: busca el abandono a las llamas, una muerte cruda.


El doce de septiembre recién pasado se suicidó David Foster Wallace. Lo único que he leído de él es el extracto de una conferencia que dio el 2005 que publicó la revista de Cultura de La Tercera este sábado cuatro de octubre. En aquella conferencia nos dice que “en las trincheras de la vida adulta, no existe el ateísmo. No existe tal cosa como no adorar. Todos adoran. La única alternativa que tenemos es qué adorar. Y una razón destacable para elegir adorar alguna especie de dios o fuerza espiritual –sea Jesús, Alá, Yavé o un conjunto infranqueable de principios éticos es que casi cualquier otra cosa que elijamos adorar nos comerá vivos (…) Se trata de llegar a los 30, quizá a los 50 sin querer pegarnos un tiro en la cabeza (…) Es inimaginablemente difícil hacerlo y mantenernos conscientes y vivos, día tras día.”


Pese a mi ignorancia sobre Wallace, tras la lectura no pude evitar ver en él a Jim: el poeta está triste. Y si el cuento de Bolaño cierra dándole la oportunidad al lector de darle o quitarle la vida a Jim (“nunca más lo volví a ver”) Wallace, con su ejemplo, nos plantea el fin obvio, el fácil: la muerte. Ya no queda qué cantar. Pero no debemos olvidar de que en vida es el mismo Wallace quien nos planteó el otro camino, el difícil: creer.


La vida o muerte de Jim es, realmente, una cuestión de vida o muerte.

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